Sinfonía de destrucción


Todavía me duele el cuello, creo que me desalineé alguna vértebra. Soy un headbanger maltrecho. ¿Culpas? Primero, yo mismo por no regular mis movimientos de cabeza. Segundo, Megadeth, por entregarnos una hora y pico del mejor metal que se ha visto por acá en algunos años.

Megadeth es local en Argentina. No muchas bandas cuentan con este (dudoso) galardón. Los Ramones fueron locales durante su existencia e Iggy Pop todavía lo es. No sé cuántos más. Y claro, Megadeth que tiene un genuino romance con la afición argenta. El ya clásico “Aguante Megadeth”, coreado por el público durante Symphony of Destruction –que ha recorrido el mundo a través de su último DVD, That One Night, grabado durante el Pepsi Music del 2005– es una clara prueba de este fenómeno.

La banda abrió con United Abominations, de su último trabajo homónimo. He leído que el disco es una abierta declaración contra la política exterior estadounidense. Y a juzgar por los dichos de Dave Mustaine parece que es así: “Ustedes saben que habrá un cambio de presidente en EE UU”, gritó en inglés. “¡Eso es lo que necesitamos, un cambio!”.

Luego llegó el repaso de los grandes y no tan grandes hits de la banda (te los paso al boleo, porque no recuerdo el orden): Sweating Bullets, Symphony of Destruction, Sleepwalker, Burnt Ice, Gears of War, Washington is Next, She Wolf, Wake Up Dead, Darkest Hour, Peace Sells (mi tema preferido desde siempre), Hangar 18, Tornado of Souls, Ashes in your Mouth, Holly Wars, Trust y la celebradísima A Tout le Monde, luego de la cual el guitarrista Chris Broderick ejecutó a la perfección los acordes del Himno Nacional Argentino. ¿Demagogia? Quizás, pero fue un momento sublime.

Además del colorado Mustaine y ese animal de la guitarra (Chris Broderick), la banda se completa con Shawn Drover (batería) y James LoMenzo (bajo). Y aunque esta versión de Megadeth está a años luz de lo que fue la mejor formación –con Nick Menza, Marty Friedman y David Ellefson– la banda suena muy bien y dio cátedra de cómo se hace un show de metal. Está claro que, a pesar de su ya histórica inestabilidad emocional y profesional, Mustaine siempre se rodea de los mejores músicos.

“Olé, olé, olé, olé, Mustaine, Mustaine”, aclamó el público cada vez que hubo un silencio y el cantante y guitarrista disfrutó de su localía con la mejor sonrisa, en su caso, sólo una mueca. “Gracias Argentina... los amo mucho”, dijo sincero y emocionado en el saludo final.

Y yo me fui a casa contento, con los oídos zumbando, con el cuello dislocado, pero feliz como un adolescente. En el apretujón de la salida, rumbo a la gélida noche porteña, me rocé con algún gordo sudoroso en cueros (pocas cosas en el mundo me dan más asco que eso), pero mi humor era tan bueno que lo resistí estoico. Me comí una hamburguesa con queso en el Burguer de Corrientes, me tomé un taxi y me derrumbé en la cama apenas traspasé el umbral de mi hogar.

¿Por qué todos los días no pueden ser así?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me alegro la hayas pasado lindo. Ahora ndigo, en la cola de Burguer nadie percibio un aroma a recital?

El inconsistente dijo...

Y, algo me había caído mal, creo jajaa